miércoles, 29 de octubre de 2014

LA NORIA


¡Oh humana mula vieja!
Hiciste pensar al  poeta
en  el  trágico  destino   
de un camino
que no tiene fin.
Junto a  la  noria,
soñaba que el agua 
que las huertas riega,
cantaba su copla.

¡Pobre  mula vieja!

No canta la noria,
pues los cangilones 
monótonos lloran 
que  soga espartera  
te atara
a un duro silencio
de sólo pensar.

¿Quién, mezquino,
cambió  tus albardas
peregrinas
por un horcate
que te hace girar
a  un corazón de piedra?
¡Das la vida
y no  puedes  beber!
¡Pobre mula vieja!

Ciertamente fue poeta
sabio y compasivo 
quien cantó tu destino  
de siempre empezar
y nunca  acabar.

¡Pobre humana  mula vieja!

(c) Rafael Rodrigo Navarro   del libro  Ecos de Antonio Machado  2013

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jueves, 8 de mayo de 2014

EL DINERO ES SOLO UN RECONOCIMIENTO DE DEUDA


British banknotes – moneyEl Banco de Inglaterra lo admite: el dinero es solo un reconocimiento de deuda y los bancos se están forrando.



“La verdad al descubierto: el dinero es sólo un reconocimiento de deuda y los bancos se están forrando. La honestidad del Banco de Inglaterra lanza por la ventana las bases teóricas de la austeridad.” Así comienza un artículo de David Graeber publicado hoy, 18 de marzo de 2014, en el periódico británico The Guardian, en el que se comenta el artículo publicado por el Banco de Inglaterra titulado: La creación monetaria en la economía moderna

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UN ENLACE EN ESTE BLOG  QUE TE AYUDARÁ A ENTENDER QUE EL DINERO ES DEUDA MANIPULADA POR LOS BANCOS EN PROVECHO DE UNA OLIGARQUÍA FINANCIERA

APIS MELÍFERA


Humilde, graciosa
hacendosa abeja,
por  libre y alegre,
has sido, eres,
mi compañera.

Afrodita entre las flores,
fecunda en el campo arado,
dulce,  libérrima abeja,
Deméter de  los sembrados.

Abeja multicolor
del cantar de los cantares,
adoradora del Sol,
que vuelas entre el amor
de alamedas estivales.

De niño encandilaste   
mis miradas infantiles,
sorbiendo de flor en flor
el néctar por los  jardines.

Ahora, zumbona de la vejez,
te  burlas de los pesares,
grácil, diminuto ser     
te ríes de mis andares.
.
Dulce melífera,
juguetona abeja,
por libre y graciosa
eres, serás,
mi compañera. 

 

(C) Rafael Rodrigo Navarro del Libro Mar y Tierra 2013

jueves, 1 de mayo de 2014

LOS MELLIZOS



Cuando el caminante llegó a la aldea de casas de adobe y ocre refulgente, sonaron las campanas de la iglesia anunciando la fecundidad del Sol, espíritu supremo capaz de dejar grávida a cualquier mujer que osara salir al campo en aquella hora de quietud y silencio. El sol en su cenit había convertido a las sombras en un leve círculo. En el interior de la iglesia ….el ángel del Señor anunció a María.
El caminante atravesó la aldea en busca de la plaza y su cantarina fuente cuyo sonido había percibido desde la lejanía. Se acercó, se quitó el sombrero, sacudió el polvo del su chaleco y se sentó sobre el pretil para otear aquel recinto solitario en busca de algo que denotara vida. Acros agradeció a su amo la parada reconfortante, y mientras movía alegremente la cola sorbió con avidez el pequeño charco de agua derramada por el brusco movimiento de algún cántaro al ser elevado por el encima de la baranda. Luego, tras una fugaz mirada a su amo, se dirigió hacia la acogedora franja de sombra que ofrecía el muro y la torre de la iglesia. Se sentó y volvió a sacar jadeante su larga lengua ahora húmeda y fresca, en espera de que también su amo acudiera a protegerse del sol y a disfrutar de la brisa primaveral que en aquella parte de la plaza se movía.

El caminante inspeccionó las puertas y ventanas que daban a la plaza y los porches circundantes sin llegar a atisbar movimiento alguno. Frotó sus manos bajo el abundante chorro, recogió el agua en el cuenco de sus grandes e hinchadas manos y la dejó caer sobre rostro, cabeza y nuca al tiempo que suspiró sonoramente, como queriendo dar testimonio fehaciente de lo placentero del momento. Luego con paso lento se dirigió al lugar donde con natural intuición, sin necesidad de gesto ni palabra, había sugerido su atento can. Allí permaneció sesteando y esperando acontecimientos.

Al cabo de unas horas, cuando el día empezaba a declinar y el sol lentamente iba dejando de iluminar a los mortales, la aldea se fue llenando de ruidos y voces. Mujeres y hombres, salían de sus casas e iban de aquí para allá, recorriendo las calles con premura y excitación en lo que parecía la preparación de un acontecimiento importante o por lo menos significativo, a juzgar por la seriedad del ajetreo. Cuando movido de su natural curiosidad el caminante preguntó por las razones de todo aquel animado trasiego, la gente se mostró reacia en dar explicaciones., de manera que no pudo saber de su significado hasta pasados algunos días. La gente ante el extraño no sólo guardaba silencio sino que rehuía cualquier aproximación.

Pensó entonces en la existencia en la aldea de algún tabú en torno a lo estaba por acontecer. No era la primera vez que el caminante se había encontrado con prohibiciones rituales en su deambular por tierras y pueblos. Quizás un tabú sobre determinadas palabras o personas y por ello guardaban silencio, no fuera que en la inconsciencia del discurso,se dijera lo que no se podía decir o se nombrara a quien no se podía mencionar. El caminante decidió no preguntar más y se puso a observar con detenimiento lo que tan diligentemente hacían los aldeanos. En ocasiones, se dijo, el silencio es el mejor camino para la comprensión de las cosas y casi siempre para el entendimiento de lo más profundo.

Pidió hospitalidad para pasar la noche que no se hizo de esperar. Presto le proporcionaron una casa a las afueras del pueblo que hacía las veces de casa de acogida para visitantes y forasteros. Unas mujeres, seguramente las encargadas del mantenimiento, le entregaron mantas y sábanas así como una copia de la llave de la casa para que pudiera usar de ella con libertad. Se acomodó y se dispuso a pasar unos días en espera de asistir a algún evento interesante. A pesar del trato correcto recibido y la hospitalidad, las mujeres que le atendieron también guardaron silencio.

Se trataba, según supo más tarde, de acompañar al invierno en sus últimos días siendo parcos tanto en la palabra como en la alimentación y en lo salaz. Era costumbre pasar aquellos días con frugalidad. En cualquier caso, hasta la proclamación de la primavera, se había de evitar hablar sobre los “ hacedores de lluvia”. Sus solos nombres podrían provocar nubes amenazantes y atronadoras, tormentas repentinas y granizo destructor sembrando la tragedia por doquier.

El día siguiente fue tranquilo en los quehaceres aldeanos. Durante la mañana el caminante se entretuvo en ver enjaezar algunas mulas y rocines, todas ellas caballerías propias para las tareas del campo, y cargar sus alforjas de los más variados aparejos para el trabajo de la tierra, en observar la solicitud de las mujeres de la aldea en sus compras y descubrir las estrategias de gatos y perros, incluido su fiel Acros, en la búsqueda del alimento matutino. Mozas de diversa edad y contextura estuvieron cruzando la plaza toda la mañana con desenvoltura o desaire según los casos, para llenar sus cántaros del agua necesaria que transportaban sobre la cabeza o las caderas.

El caminante aprovechó también sus días de estancia para pasear por los alrededores de la aldea y contemplar su variado horizonte. Al norte se podía divisar una serie de colinas rodeadas de bosques de encinas y alcornoques de las que surgía como por ensalmo un caudal mediano de agua que los aldeanos llamaban río, el cual tras bordear la aldea se perdía por el oeste. Al sur un páramo seco y desgarrado de ocre rojizo acababa en una larga línea completamente horizontal en donde la tierra se unía con el cielo.

Al atardecer del segundo día, cuando la plaza de la aldea volvía a transformarse con la mortecina luz del sol y las tímidas luces de las farolas, vio cómo hombres y mujeres, todos ellos jóvenes, fueron llegando de diferentes partes de la aldea por las calles que confluían en la plaza hasta formar un pequeño grupo que se aglutinó en el pórtico de la iglesia. Parlotearon durante un tiempo con el cura y algunas otras personas que, a juzgar por el trato, debían ser notables del lugar. Tras despedirse se perdieron de nuevo por las calles por las que habían accedido a la plaza.
Al día siguiente, aunque la aurora siempre se levanta desnuda, vestía para la ocasión un tul ligeramente rosado pues, según explicaron los ancianos del lugar, ese día venía de pasar la noche con Mesartin y Hamal, los relucientes luceros de Aries, que toman cada año por estas fechas el camino de Oriente, inmediatamente antes de que siguiendo la misma ruta haga su aparición el majestuoso Sol de primavera.

El caminante en la tinieblas había oído voces y visto el resplandor de hogueras en el bosque cercano a las colinas. Se levantó presuroso a las primeras luces y se dirigió, envuelto en el frescor de la mañana, hacia el bosque del que provenían los gritos y risas. No tardó en ver salir del mismo, entre reflejos de oro y esmeralda, a dos jóvenes, uno de cada sexo, cogidos del brazo, cubiertos sus cuerpos con el verde intenso de las hojas de los arces primaverales y coronadas sus cabezas con guirnaldas de flores.

Caminan con paso ágil , acompañados por mujeres y hombres alborozados, vestidos rústicamente a la usanza del lugar, golpeando panderos y bailando alegremente. Las jóvenes que forman el cortejo, peinan largas trenzas que posadas sobre el pecho cuelgan hasta la cintura, rematadas con lazos de colores. Cubren sus cabezas sombreros de fieltro verde, adornados con plumas de aves entre las que destacan brillantes y coloreadas las del faisán. Los hombres agitan calabazas rellenas de semillas produciendo un suave murmullo. Completan los sonidos emitidos por el cortejo el golpeteo de palos y el resonar de matracas girando sobre un eje, creando así un ambiente singular entre misterioso y festivo con el bosque al fondo y el sol tratando de abrirse paso entre la bruma rosada de las colinas.

Al caminante ha sabido que los jóvenes , coronados para la ocasión , representan al “ rey y reina de la vegetación y serán hacedores de lluvia por todo el año ”. Cubierta casi la totalidad de sus cuerpos por el follaje nadie puede ver sus rostros hasta que lleguen al templo y sean recibidos por el representante de Cristo en la Tierra, ya que el hijo de Dios resucitó para salvarnos pero también para que cada primavera resucite el bosque y el campo, muerto durante el invierno, y despierten de su letargo cuantos animales buscaron en los recovecos de las rocas un lugar en el que sobrevivir a las inclemencias, los fríos y la falta de alimento.

El caminante se hace a un lado y deja pasar el cortejo. Acros, buen entendedor, mira atentamente sin ladrar, a pesar del contagioso alborozo de quienes con estruendo por allí pasan.

Apenas el astro rey asoma por el horizonte y hace el obligado saludo al Carnero Aries que le espera en su salida, los más ancianos del lugar entonan los cánticos y toda la aldea sabe que empieza el nuevo año. Esta vez llega diáfano bajo un palio azul, adornado todavía con algunas estrellas que titilan temerosas ante el
 fulgor del rey naciente.

Cuando los jóvenes llegan a las primeras casas de la aldea , los mayores, ataviados con sayales y colgantes en cuello, brazos y cintura los reciben con una especie de danza en la que mueven las caderas y dan pasos hacia adelante y hacia atrás, sin prácticamente moverse del lugar. El resto de habitantes de la aldea salen a su encuentro con júbilo y los abrazan ostensiblemente para que el amor renovado en el contacto de los jóvenes con el bosque fluya entre todos miembros de la aldea, jóvenes, adultos y ancianos, como fluye la sangre vivificante por las diferentes partes del cuerpo. Las mujeres lanzan al aire pétalos de flores con el deseo de que el cielo, engalanado y seducido, traiga a la aldea además de fecundidad todo tipo de venturas.

Así es como, ejecutando con precisión los ritos sacramentales propios de la llegada del año, la naturaleza seguirá su curso con regularidad y la aldea vivirá sin sobresaltos el devenir del resto de las estaciones, especialmente de la estación seca en la que los campos necesitarán del agua portadora de vida.

Los cantos que entonan los ancianos y a los que responden los jóvenes como en un torneo floral narran la leyenda fundacional de la aldea. Epopeya que será completada a lo largo del año con historias diversas en torno al invernal fuego de los hogares o con motivo de algunos acontecimientos sociales tales como casamientos, inhumaciones y bautizos. Insegura y amenazada por la niebla del olvido en los mayores, y rebosante como un torrente en boca de los jóvenes cada año la leyenda narra cómo Argóbriga, la aldea, fue fundada por mujeres y hombres valientes provenientes de la lejana y sombría Cólquida , una de las muchas regiones que bordean el Mar Negro; arrojados de allí por los crueles Escitas provenientes de la Capadocia quienes tras continuo y largo acoso destruyeron sus asentamientos.

Pero mucho antes de narrar este adverso final, canta la epopeya que tras la campaña de Jasón que navegó hasta el reino de Minos en busca del vellocino de oro, argonautas sin rumbo habían acabado por afincarse en la Cólquida de manera que al mezclarse con los aborígenes, prosperó en toda la región el arte de la navegación. Fue precisamente esta mezcla fecunda entre intrépidos marinos venidos de Grecia y mujeres descendientes de las míticas amazonas la que evitó su exterminio como pueblo, pues gracias a la determinación de ellas y la destreza en el manejo de velas y remos de los hombres, pudieron hacerse a la mar, atravesar el peligroso Helesponto y el defendido y siempre vigilado Bósforo, y llegar hasta la lejana Iberia, donde fundaron Argóbriga..

Con estas remembranzas musicadas del final de una época y el principio de otra y algunas danzas transcurrió el día. Al margen de la leyenda, lo obvio es la presencia en la aldea por doquier del símbolo de Aries. El carnero está presente no sólo en su cultura sino también en su economía pues rebaños de ovinos y caprinos, junto con el cereal, la vid y el olivo constituyen el sustento de Argóbriga . En cualquier caso el nombre parece constituir un indicio fundado de lo que retiene la ancestral memoria.

Cuando el cortejo llegó a la casa consistorial los recibió la alcaldesa junto con los concejales, vestidos de riguroso negro según la costumbre, quienes se unieron al heterogéneo cortejo en el que contrastaban la primitiva vestimenta floral de los “ hacedores de lluvia” , los trajes tradicionales de los acompañantes y los sobrios trajes protocolarios de las mujeres y hombres del concejo. El cura párroco con roquete blanco y verde estola bordada en oro, les esperaba pacientemente en el pórtico del templo. A su llegada roció a la silvosa pareja con agua bendita y a continuación asperjó al resto de asistentes. Tras unos minutos de oración en silencio, con voz pausada y solemne leyó el texto sagrado cuyo eco resonó por los soportales : “ A lo largo del río, en ambas orillas, crecerá toda clase de árboles frutales con hojas que nunca se marchitan y frutos que nunca se malogran. Darán frutos nuevos cada mes, porque este agua viene del Santuario de Yhavé. Su fruto será bueno para comer y sus hojas buenas para curar ( Ezequiel 47:12)

Supo el caminante que aquella pareja había sido elegida y coronada como “ hacedores de lluvia” por haber dado a luz mellizos aquel invierno. Los mellizos son considerados una verdadera bendición no sólo para los padres que los habían concebido sino también para toda la aldea. Los mellizos, símbolo de la fertilidad , atraen a la lluvia.

Los aldeanos no pueden por menos de exteriorizar su alegría pues mientras aquella joven familia no abandone el lugar, entre otros beneficios la sequía estará alejada de la aldea. Su madre, considerada bendita entre todas la mujeres , queda marcada al tiempo que protegida con la responsabilidad del tabú. Nadie, ni siquiera los propios padres, pronunciarán los verdaderos nombres de los mellizos. Si alguien, faltando a la consideración debida, pronunciara sus nombres serán castigados por los espíritus más próximos que habitan bosques, colinas y páramos y por cuantos demonios y demás seres habitan en los cielos y los infiernos. Por ello, a partir de este momento y para que nadie vuelva a utilizar sus nombres, serán para los aldeanos Cástor y Pólux, los argonautas gemelos que brillan en el cielo a los pies del cazador Orión, el amante de la aurora.

El canto “ Calmate, aliento de los mellizos” que recita todo el pueblo al finalizar el cura párroco la lectura de los textos sagrados, será invocado cada vez que el mal tiempo se cierna amenazante sobre la aldea y las tormentas y el granizo hagan peligrar el fruto de árboles y campos o dañar el ganado.

Mientras los mellizos conserven su salud, los campos recibirán el agua salvadora y los manantiales brotarán generosos desde las entrañas de la tierra . Los peces llenarán el río, atraídos por la presencia de los mellizos de la misma manera que cada noche la constelación de Piscis sigue los pasos de Aries.

Entre las muchas obligaciones propias del tabú, los padres de los mellizos, ahora “hacedores de lluvia”, no permitirán que sus hijos se bañen en el río, bajo la amenaza de convertirse en peces. Por el contrario, entre los muchos privilegios que les concede Cristo Redentor y el resto de deidades, está el poder hablar con los animales salvajes que se acerquen a beber al río, ahora bajo su protección y dominio. Serán los únicos que podrán llegarse hasta ellos sin peligro y decirles que , puesto que el río es de todos, beban cuanto necesiten pero que no lo crucen ni importunen a los habitantes de la aldea de la misma manera que ellos no molestan ni a ellos ni a sus crías.

Si tarda en llegar la lluvia, deberán los mellizos cubrir de negro sus rostro con tizne y a continuación lavar copiosamente su cara para que el viento traiga negras nubes que convertidas en agua, rieguen los campos sedientos. De la misma manera deberán llegar hasta el río, recoger agua en el recipiente bendecido, realizar su plegaria y rociar las paredes del templo y las casas de la aldea cuantas veces sea necesario.

En caso de muerte, serán enterrados cerca del cauce del río, junto a sus prójimos que habitan en él, para que su espíritu pueda sumergirse y alegre juguetear con peces y nutrias.

Fue así cómo durante los fastos de entronización de los “ hacedores de lluvia” que duró todo el día y toda la noche, los aldeanos celebraron la llegada del nuevo año.

De manera semejante a como el Sol suaviza su color de fuego al amanecer, para no herir a cuantos desnudos se han amado en el bosque, ahora , encadenado a la rueda del tiempo, antes de ir a visitar a sus otros súbditos que habitan más allá de las montañas y el océano, pinta en su despedida el cielo de un rojo intenso para incitar de nuevo a la pasión. La luna transparente aparecida en el horizonte, tras escalar varios grados en la esfera celeste , cambia la seda por el tupido lienzo blanco. Las estrellas vuelven a titilar esta vez alegres con la llegada de la oscuridad a quien sirven y atienden con esmero.

Se encienden las farolas de la plaza y al momento se abren de nuevo las puertas del templo. Repican alborozadas la campanas queriendo acompañar con su sonido al sol que se despide por el camino del infinito. Los aldeanos se van acercando al pórtico del templo, también los “hacedores de lluvia” que han descubierto su rostro pero permanecen cubiertos con las hojas de arce. Se forma de nuevo el cortejo a su alrededor pertrechados con los palos, las matracas y los panderos. Desde el interior del templo una órgano entona de nuevo el “ Calmate aliento de los mellizos” que cantan los presentes. Cuando acaba el canto, el cortejo se pone en marcha y baja por el camino del lavadero hasta los huertos cultivados. Al pasar junto al cementerio se hace el silencio, pero apenas dejado atrás el último muro circundante explotan de nuevo las voces, risas y cantos que se hacen cada vez más tenues a oídos del caminante quien permanece quieto, bajo el olmo que crece junto al lavadero, mirando en dirección a las huertas por cuyo camino desaparecen. A sus espaldas se van apagando una a una las farolas de la plaza y apenas algunas quedan encendidas por las calles adyacentes, testimonio nocturno de la existencia de la luz. En las casas su secuencia decreciente indica que los aldeanos van ocupando sus lechos. Se produce una calma total. Bosteza Acros y bosteza contagiado el silencio. La luna sigue abriéndose paso en la noche mientras las estrellas que caminan en sentido contrario, le ofrecen, como en una procesión, su luz titubeante desde las laderas del camino. El ruiseñor desde un árbol cercano acompaña con su canto a la música del agua que brota orquestada por los caños del antiguo lavadero. A lo lejos, en los huertos, se oye el coro lejano que renueva el ancestral rito de la fecundidad sobre los cultivos. El caminante piensa largamente en el misterio de la vida.

Cuando la luna llega al final de su camino y parece dispuesta a sumergirse en el horizonte, la aurora, como queriendo evitar un intervalo de oscuridad, lanza de nuevo sus rosados rayos y provoca la algarabía de tórtolas, verderones, carboneros y demás habitantes del bosque. El autillo desde los olivos cruza veloz sobre la cabeza del caminante en dirección al campanario en donde tiene su hueco en el que dormirá, paradoja del destino, mientras trascurre el día.

Algún aldeano madrugador, azada al hombro, tirando de ronzal dirige a su asno por el camino que lleva al páramo. Al poco rato los jóvenes, tambaleantes, ojerosos, cansados, suben la cuesta que les trae de los huertos, casi en silencio. Los reyes del vegetal, caídas las hojas que les cubrían, muestran casi su total desnudez . Alguien del cortejo entona solitario un canto que nadie secunda..

Lleno del incomprensible significado de todo lo que acontece al ser humano, el caminante, inicia al día siguiente los preparativos para su partida. Recoge sus pocas pertenencias. Acros entiende al momento que va a iniciar una vez más el camino hacia no se sabe dónde, por ello sorbe en el recipiente que su amo dispuso unos tragos de agua. El caminante tira a unas plantas cercanas el resto que queda en el improvisado recipiente. Acros se llena de inquietud y empieza, como le ocurre en estas ocasiones, a mirar en todas las direcciones y a dirigirse de aquí para allá, hacia las salidas del pueblo, teniendo que retroceder hasta adivinar cual de todas las direcciones tomará su amo. De momento va a devolver la llave a la mujer que se la entregó y se despide de aquellos aldeanos con los que ha confraternizado y con cuyos relatos ha podido entender la historia de la aldea y el significado de la fiesta iniciadora de la primavera. Ha asistido una vez más al pagano y al mismo tiempo cristiano rito de Isthar y ha adquirido un conocimiento del arcano que irá desentrañando poco a poco en su largo caminar.

Pero antes de abandonar la aldea, quizás para siempre, siente el impulso de conocer a los mellizos que tanta dicha han de traer a Argobriga. Pausadamente se dirige a la casa en la que ha podido saber que viven. Cuando llega, llama a la puerta y a continuación hace una señal a Acros para que permanezca allí. Una mujer, entrada en años, le abre y tras manifestarle su deseo le hace entrar. Al pasar junto al dormitorio puede oír la respiración profunda de los padres, “los hacedores de lluvia “ que duermen profundamente. Dos niños de apenas unos meses, gatean jugando y moviendo pequeños objetos sobre una manta extendida en el suelo, ajenos al profundo significado del que han rodeado sus vidas. Los mellizos detienen su juego y miran atentamente al desconocido. Acros que ha quedado en la acera, ladra reclamando la presencia de su amo a quien no ve pero sí oye. Uno de los niños, Castor o Polux, alarga su bracito con el dedo extendido en dirección a la puerta mientras balbucea , el otro, Castor o Polux, empieza a gatear en dirección a la puerta mientras dice ”Guau”. La mujer lo coge en brazos, pero insiste en ser llevado hasta la puerta.

Se llama Acros- le dice el caminante- queriendo llamar la atención de los mellizos sobre su presencia, eclipsada totalmente por el estímulo de saber que hay un can a la puerta de la casa.
No queriendo molestar más, da las gracias a la mujer por haberle permitido ver a los niños, hace una pequeña reverencia y sale a la calle. Acros , al verlo salta de alegría y se pone de nuevo en movimiento hacia una y otra dirección de la calle, hasta ver que su amo se dirige definitivamente hacia el sur... el camino que lleva al páramo polvoriento.

Protegido apenas de sombrero de paja y una camisa color verde de manga largas y su chaleco gris, cargado con su hatillo y su cantimplora, el caminante y su perro divisan al frente un horizonte en el que el cielo hierve sobre el erial. Se orientarán con la posición del sol o lo que es lo mismo por las sombras de las pocas acacias y matorrales retorcidos por la sequedad. A pesar de tener que recorrer una tierra agrietada con la canícula que ha adquirido el sofocante color rojizo de quien padece sed, sabe el caminante que ahora atravesar aquel páramo y dirigirse al sur es su destino. El can irracional, atado a la naturaleza y a su conductor, por lazos emocionales no muestra ninguna inquietud. Por encima de cualquier penalidad lo que más valora es la compañía, ese sentimiento tan cercano al amor.

Como es su costumbre, tras andar algunos kilómetros, todavía visible la aldea aunque ya casi perdida en el horizonte, busca un lugar para descansar. En aquel desierto unas rocas en las que han crecido una aliagas cimeras le brindan su sombra y resultan ser un lugar acogedor. Se sienta abre su cantimplora y rápidamente Acros acude a su lado, quien sin reclamar su ración de agua está atento a cualquier movimiento en este sentido. El caminante bebe y busca donde verter el agua para su acompañante. Tras apagar la sed se reconfortan con el ligero aire que por la sombra se mueve. No tienen prisa. El ánimo se solaza y pensamiento del caminante ora vuela hacia el impresionante cielo azul ora rastrea el mar ocre y polvoriento que se presenta a la vista.

Rodeado de aquella sedienta inmensidad siente que realmente la aldea está de suerte, que el Sol de primavera en su conjunción con Aries y Piscis les ha bendecido con el nacimiento de los mellizos. Renovado su amor con los ritos de la primavera, los “hacedores de lluvia” han de traer el agua a los los campos cuando llegue la estación seca que en el aquel desierto es ya una realidad.

Los mellizos crecerán alegres con el resto de los niños de su edad, pero no se bañarán en el río y serán Castor y Polux, para que cuando sea necesario, hablen con Orión el cazador que preside el cielo durante el verano y a cuyos pies yace su perro Sirius y así la Aurora , su amante, con la mediación de Cristo Redentor, envíe a la aldea y a los campos negras nubes preñadas de agua .

El caminante hizo un gesto a Acros que interpretó como “ vamos”. Nunca, se dijo, dejaremos de sorprendernos

© Rafael Rodrigo Navarro del libro Estampas rústicas

viernes, 14 de marzo de 2014

CUI PRODEST ? ESCRIT EN 2001 DES DE EL SENTIT COMÚ I ENCARA....


Els problemes que pateixen els pares separats en la societat actual i igualment molts dels problemes que s'arrosseguen entorn de l’anemenada violència domèstica no poden ser entesos ni enfocats correctament si no tenim en compte l'evolució que està patint la família en la societat moderna.

En primer lloc val a distingir amb claredat el matrimoni de la família perquè una gran part del maltractament que reben els nens en els processos de separació i divorci tenen l’origen en aquesta indefinició.

El matrimoni és un contracte de caràcter social que es regula segons lleis inherents a cada cultura. La família és una realitat de caràcter sociobiològic estructurada al voltant dels ascendents, descendents, col•laterals i afins a un llinatge.

El marit i la dona tenen en el matrimoni els mateixos drets i deures i igualment després de la dissolució del contracte, segons ve recollit als ordenaments jurídics.

Existeixen dues formes de matrimoni: el matrimoni perpetu que defineix el RAU com a unió perpètua d'un home i una dona segons dret (matrimoni canònic de l'Església Catòlica) i el matrimoni temporal (matrimoni civil allí on existeix una llei de divorci).  I al seu torn existeixen dues formes de família: la família biparental on els fills es consideren com a descendents tant del pare com de la mare i la família monoparental on es consideren descendents exclusius d'un dels pares, generalment en la nostra cultura de la mare, però en unes altres no pas gaire llunyanes del pare..

El matrimoni concebut originàriament com a intercanvi i aliances entre clans familiars sembla, en un moment donat, organitzar-se també per a superar la família monoparental del tipus mare-fills, pel desvaliment en què poguessin quedar la descendència de dones esclaves. Així es generen el dret i les obligacions de el “mater-moneo”, és a dir, 'aportar  manutenció a la mare per a la criança dels fills. D'altra banda, sembla que existeix una tendència, en la societat en la qual vivim, a evolucionar des d'un tipus de matrimoni perpetu cap a un altre marcadament temporal. En aquest sentit si el matrimoni deu seguir essent concebut com a “una actuació en interès de la família” (llei 9/1998 de 15 de juliol, del Codi de Família) són menester canvis conceptuals i socials per a viure aquest procés amb normalitat. En aquest sentit, el moment delicat que sembla viure la nostra cultura pot ser descrit d'una banda, com una necessitat de concebre noves formes de família i, alhora, com un trànsit cap a l'existència paritària d'aquests dos tipus de matrimoni.
Però existeix altra realitat subjacent. Al costat de la dissolució del matrimoni perpetu apareix una tendència, que convé analitzar detalladament per la seva transcendència social, per “imposar” al mateix temps un trànsit de la família biparental a la família monoparental del tipus mare-fills. Parlem d'imposició perquè no estem davant una opció lliure sinó, com tot seguit demostraré, davant una opció obligada en els processos de separació, per a la coacció de la qual es recorre a les institucions de l'Estat. En aquest sentit, podem parlar d'una actitud tan fonamentalista com qualsevol altra que en sortir-se’n dels límits del privat, tracta d'utilitzar la força del poder de l'Estat per a imposar
realitats que sols són legítimes mentre no transcendeixin aquests límits. El matrimoni perpetu és una opció vàlida per a aquells que ho acorden, però constituiria una coacció injustificada tractar d'imposar-lo, a través de la llei, com si es tractés de l'única o l'opció més vàlida. Parlarem  igualment d'ideologia totalitària si un Estat, a través d'una obsoleta llei del divorci, pressiona perquè es derivi des de la família biparental a un tipus família monoparental tot aprofitant la crisi i dissolució del matrimoni. Així doncs, vam observar que, contra tota justícia, el poder judicial, el poder legislatiu i el poder executiu són utilitzats per a tractar d'aconseguir una família monoparental de nou encuny. En la societat espanyola actual, fiscals i jutges amb la inestimable ajuda
d'una psicologia instrumentalitzada i el negoci que suposa per a lletrats i juristes, no fan sinó posar traves a la concessió de la Custòdia Compartida en els processos de separació i divorci.

Per una altra banda, les custòdies monoparentals que es concedeixen no guarden cap simetria en la concessió a un dels progenitors, ja que a favor de la dona constitueix un 97%, és a dir, una clara manifestació, en la pràctica, de la inconstitucionalitat d'aquesta llei. Podem arribar a entendre que optin, en l'àmbit del privat, per una família monoparental recorrent a la fecundació in vitro (encara que sobre la base dels drets dels fills s'està elaborant a Europa una legislació que els atorgui la possibilitat de conèixer al pare biològic), però considerem aberrant que una família que, passant o no pel matrimoni, ha rebut el respatller legal i social de la seva biparentalitat , sigui reduïda, per amputació d'un dels seus membres, a la monoparentalitat. Contra tot sentit  comú, en els processos de separació i divorci a l’Estat espanyol, els fills són privats del dret a seguir tenint pare i mare en igualtat de condicions a com s'ha tingut i exercit aquest dret durant el matrimoni.

Recentment el Tribunal del Drets Humans d'Estrasburg ha condemnat l'Estat Alemany per faltar a tal dret, i són ja molts els països que han modificat les respectives legislació i el codi civil per a fer possible l'única forma viable de trànsit d'una concepció social que considerava l'exclusivitat del matrimoni perpetu a una concepció més oberta que
contempla igualment el matrimoni temporal com a una opció vàlida que no cal ni culpabilizar ni criminalitzar. Es tracta de la CUSTÒDIA ALTERNATIVA dels fills després de la dissolució del matrimoni o CUSTÒDIA COMPARTIDA, també dita COPARENTALITAT.

La custòdia compartida dels fills és, al nostre entendre, l'única fórmula que permet la dissolució del matrimoni sense que cap dret -tant dels fills com dels progenitors- sigui violat. La custòdia monoparental és un cas particular que ve inclós dins el dret a la custòdia compartida, si així s'entén que ho exigeix el “bé del menor” establert pels
progenitors de mutu acord i sancionat pel jutge. Associar el bé del menor, de forma infundada, com es fa l’Estat espanyol, a favor d'un dels progenitors constitueix un focus de violència contínua.

Diferents informes alguns dels quals estan recollits en INFORME REENCUENTRO, que pot trobar el lector en les pàgines d'internet relacionades amb els temes de separació i divorci, mostra amb claredat aquest fet.

Les dades són tan clarament demostratives a favor de la custòdia compartida dels fills després del procés de separació i divorci que convé analitzar profundament perquè a ca nostra l’evolució ha anat en sentit contrari, tot tractant d'obstaculitzar la custòdia compartida i pressionant a través de la justícia a favor de la custòdia monoparental. Els
arguments utilitzats per a la custòdia a favor d'un dels progenitors, com hem indicat, majoritàriament a favor de la dona, no es mantenen drets.

En primer lloc està el que afirma que el canvi temporal de domicili és negatiu per als fills. Aquest argument no es basa en cap dada científica. Más encara, quan s'ha tractat de demostrar experimentalment aquest supòsit, s'ha trobat que els resultats donaven suport clarament el contrari: que els fills de famílies que han plantejat i obtingut (en contra de les actuacions de fiscals i gabinets psicosociales) la custòdia compartida han tingut un millor desenvolupament social, una menor tendència a la delinqüència i la marginalitat i una autoestima significativament major que la dels fills de divorciats als quals han “obligat” a créixer en una estructura familiar monoparental.

El segon argument consistent a afirmar que la custòdia compartida no és menester perquè, en separar-se els pares opten per “un mutu acord” suficient per a l'educació dels fills separats, és clarament tendenciós i es fonamenta en la mentida. No existeix tal mutu acord sinó el xantatge cap al progenitor no custodi: Li fan creure que no existeix cap
altra possibilitat que no sigui la custòdia monoparental a favor de la mare i que si no accepta el “mutu acord” la pèrdua del dret a mantenir una relació d'igualtat amb la mare respecte dels seus fills, es veurà augmentada fins a perdre tot dret a les visites i que les càrregues econòmiques seran majors perquè els jutges castigarien l'actitud del pare en
negar-se a un conveni de separació redactat en tals termes.
El tercer argument consisteix a afirmar que el pare a Espanya perd la custòdia ompartida però no la pàtria potestat i conseqüentment no està essent pressionat amb la pèrdua dels seus drets i la dels seus fills.

Argument clarament maliciós perquè, en rigor jurídic, la custòdia és un atribut inherent a la pàtria potestat (Extret de la pàgina web de la Branca Judicial de Porto Rico. Ex part 87 JTS 19). De tot això se’n deriva que d’ençà l'inici del plantejament de la separació i el divorci a Espanya hi ha actuacions anticonstitucionals.

La llei del divorci de 1981 va ser modificada en 1986 per incloure un article que torgava la custòdia automàtica dels fills menors de set anys a la mare, però la situació de fet no ha canviat i segueixen rebent aquesta custòdia les mares en una proporció igual. La
anticonstitucionalitat d'una llei es prova també a través de la seva aplicació i dels
resultats i aquests són exactament els mateixos que es donaven abans de la reforma de la llei de divorci per anticonstitucional en 1986.

Efectivament perquè una llei de divorci no vagi en contra de l'art. 14 de la constitució espanyola només té dos camins o repartir la custòdia monoparental equitativament entre els dos sexes o optar per la custòdia alternativa o custòdia compartida. Però ambdós pressupostos troben resistència des d'un feminisme mal entès o feminisme radical que advoca per la família monoparental després de la dissolució del matrimoni, no com a una opció reduïda a l'àmbit del privat, sinó com una opció que deu ser  donada suport per l'Estat.

Així doncs, és menester de concloure que l'opció a favor de la família monoparental després de la dissolució del matrimoni, no és una opció neutra sinó una opció defensada des d'una ideologia totalitària. Els pares i fills que han sofert els processos de separació i divorci a Espanya, són relegats a l'estatus social dels quals “perden un dret sense haver comès cap delicte”, és a dir a un estatus de ciutadans de segona classe. Però, contràriament, es converteixen en observadors privilegiats del perill que pot suposar l'avanç d'aquest tipus d'ideologies fonamentalistes i totalitàries en la nostra societat.

El feminisme igualitari ha sabut mantenir els principis de les seves fundadores que cerca la igualtat de la dona i l'home en la societat moderna i amb el qual els pares i mares separats s'identifiquen en la seva major part. Però existeix un altre tipus de feminisme, que anomenarem radical, que emmalalteix dels mateixos defectes que atribueix a l'home.

En l'anàlisi de la violència domèstica cal incloure la variable corresponent a la desigualtat practicada en els processos de separació i divorci, perquè si bé és cert que ments psicòpates puguin arribar a concebre la relació personal com una relació de propietat i la gelosia com a
una justificació per a la violència, aquesta situació sols explica una part de la violència . Part, precisament, que no justifica de cap manera atribuir de manera diferent a homes i dones, llevat que vulguin argumentar que la psicopatia és un atribut del sexe masculí.
 
El 73% restant, que el propi Ministeri de Justícia relaciona amb els processos de separació, tenen clarament un component social. Efectivament, a pesar de les aparences, ni la violència ni el seu correlat d'odi és atribut d'un sexe. Els dones i homes maltratadors es caracteritzen
per una manera maniquea d'entendre la vida i creure's posseïdors exclusius de la veritat i la raó. L'home o la dona que odia considera l’ésser odiat inferior i no dubtarà, si troba justificació, a destruir l’oponent. En la violència domèstica és menester d’estudiar les causes de l'odi
destructor de l'home cap a la dona i viceversa. Per a això cal ser honrats en les estadístiques i no partir de pressupostos o definicions de violència diferents que donaran resultats o dades diferents que puguin ser usats demagògicament.

Els nens no voten i conseqüentment difícilment poden ser escoltats, però és clar com el sol del migdia que quan els progenitors se separen desitgen continuar tenint pare i mare en igualtat de condicions perquè els estimen per igual. No desitgen que es criminalitzi ni l’un ni l’altre. Però compte, una vegada trencada la família, pel procés d'atorgar la monoparentalitat a un dels progenitors, els fills fàcilment s'inclinen cap a postures maximalistes, que poden acabar en l'odi al pare perquè se senten abandonats i a la mare perquè se senten manipulats. No és acceptable l’amputació d'un dels membres de la família de forma general, perquè una vegada fet això el següent pas consisteix a convèncer la societat que la persona separada de la criança dels fills és la menys idònia. Això suposa una profunda injustícia. I qui cregui que la custòdia alternativa o compartida no és viable no té sinó conèixer la legislació sueca, francesa, etc., països que han solucionat amb claredat aquest problema mantenint el mateix dret a la custòdia compartida dels
fills que ningú no ha discutit a aquests mateixos pares i mares mentre ha durat el matrimoni i el respecte del qual duu a escollir, en cas de dissolució del mateix, entre alguna de les moltes fórmules que hi ha d'alternança.

Existeix un enfocament, que és propi d'un feminisme radical, que mescla qualsevol tipus de violència que pugui exercir un home, però que té gran cura de separar en el cas que l'exerceixi una dona. Això no ens sembla just. Les claus de la violència no cal buscar-les en trets
biològics o genètics. El masclisme ha de ser analitzat des de les relacions de / amb el poder. De la mateixa manera abans de poc temps podrem estar parlant també de femellisme, si no evitem anàlisis com els que associen qualsevol conflicte amb l'altre sexe a un conflicte amb tot un gènere, sigui aquest masculí o femení. És a dir, si al substantiu gènere li atribuïm de forma interessada el significat parcial de l'adjectiu “femení” o “masculí”. En aquest cas, la pregunta que necessàriament caldria fer-se és a quin propòsit està servint?

© Rafael Rodrigo Navarro 2001

 
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lunes, 13 de enero de 2014

LA PARTURIENTA



Con noviembre llegan los primeros fríos. Robles, arces y castaños se desprenden del oro con que el otoño pintó su verde cobertura y muestran su desnudez, paradojas de la vida, con la que encararán el largo sueño invernal. Por insondables designios de la naturaleza sus hojas resultan ahora inútiles y es así, sin cobertura, como se preparan para los rigores del invierno. Por el contrario, los aldeanos, hechos ciertamente de otra madera, cubren sus espaldas con chalecos de gruesa lana, encienden animosos el fuego de sus hogares y ponen edredones y mantas sobre sus lechos para convertir en cálido abrazo el rigor de la noche invernal.


En la aldea este año no ha faltado la lluvia que apenas ha dejado de caer intermitente desde el pasado mes de abril, sin dar tregua al verano. Sin embargo ahora las pesadas gotas caídas durante los meses de agosto y septiembre, acompañadas de truenos y relámpagos que atemorizaban al ganado, han dejado paso a una suave lluvia que, aliada con la niebla, riega los sembrados de trigo, centeno o avena.

Hace semanas que se oyen más cercanos los cencerros de las vacas y las sonoras esquilas de las ovejas. Nadie ha subido a los altos prados donde pacen en verano, ni les ha llamado o hecho señal alguna, pero cada día, sabedoras de que el invierno se avecina, pastan unos metros más abajo, acercándose poco a poco a la aldea. ¿Miden acaso la longitud de la jornada ? ¿O quizás saben interpretar el curso nocturno que siguen las estrellas en la impresionante bóveda celeste de aquellas montañas? Lo cierto es que hace ya unos días que el arquero Orión seguido por Tauro helíaco y las alborotadas Pléyades han tomado ya el camino del sur.

Todo forma un Uno. Si la sinfonía de mugidos que acompañan el pausado ruido de los cencerros no se oyera en los aledaños de la aldea en un momento dado de este final del otoño, establecido desde tiempos inmemoriales por no se sabe quien, se produciría inquietud, posiblemente nunca razonada, o quizás se tendría la sensación de que el ritmo de la naturaleza está siendo alterado y alguna secuencia de su proceder queda incompleta. Se extendería el desconcierto sobre cuándo abrir las puertas de los establos, empezar a vaciar los graneros o remover la paja. Más aún, el graznido del cuervo dejaría de ser el contrapunto vespertino de la llegada de las changarras y los gorriones estarían igualmente desconcertados al despertar el alba y no oír los mugidos de las vacas pidiendo desde los establos su ración de paja y grano matutino. Pero por ventura los quehaceres de bestias y humanos siguen sus ritmos ancestrales. En la aldea se oye todavía el sonoro silencio de todos los otoños y el repiqueteo cristalino de la lluvia sobre las hojas caídas.

Cuando el tiempo, todo el mundo sabe que hablamos del artista eterno, acabe de dar sus últimos toques de ocre y empiece a pintar de blanco las altas montañas del valle, toros y vacas con sus becerros paridos en la canícula del verano y ovejas y carneros deseosos de establo habrán hollado por ultima vez las embarradas calles de la aldea y dormirán apacibles en sus cuadras. Envueltos en la tibieza que proporcionan los amplios muros de piedra de los establos, tendidos en los rudos suelos sobre los que se ha esparcido la paja, llenos los pesebres del oloroso heno, tendrán tiempo para rumiar pensativos durante el interminable periodo invernal. Quizás en sus ensoñaciones recuerden el vuelo del águila, el gañido del halcón, el zapateo de la liebre huidiza, o las esbeltas siluetas de los muflones sobre las rocas, desafiando el vértigo, los barrancos con veta de plata a sus pies. O quizás ocurra, como a nosotros los humanos, que piensen en el futuro de una primavera con zumbonas abejas cogiendo el néctar de las flores y el renovado gorjeo de los pájaros. Dicen los aldeanos que durante el invierno sus fámulos también rezan.


Conforme avanza el otoño se va yendo lo azul y el cielo se trajea de gris para mejor encarar los acontecimientos propios del invierno. En las ventanas los geranios y los crisantemos continúan pintados de llamativos colores adornando los vanos hasta que el hielo sentencie su final y dejen paso a los ciclámenes de vetadas hojas abiertas a los fríos invernales.

Los caballos de tiro de la cuadriga de Helios van perdiendo arrojo y, cansados después de trotar por los polvorientos caminos del verano y los barrizales otoñales, reducen su eclíptico recorrido cada día deseosos de llegar a la puerta del ocaso. Las ánimas y demás seres sutiles que viven aquí pero también en el más allá, sienten la fría humedad en sus oquedades y despiertan de su letargo. A partir de ahora no será difícil ver la silueta de alguna bruja sobre el pálido disco de la luna ni ver pasar veloz al autillo hacia el campanario e incluso oír el golpe seco de alguna campana tañida por seres incorpóreos. Es durante este breve periodo de tiempo de finales de otoño y principios de invierno en el que las ánimas recorren la tierra, crecen hongos sobre la hojarasca del bosque húmedo y el romero y el brezo adornan el sotobosque, cuando la curandera de la aldea prepara sus pócimas.

El resto de aldeanos, conocedores también de muchas de las propiedades de plantas, arbustos y setas si bien no con la profundidad y eficacia de su vecina, se aprestan igualmente a conservarlas según los cánones de la sabiduría popular. Algunas plantas, dicen, pueden trasladarte a otros mundos en los que creerás haber vivido, pero pueden también volverte loco si las tomas sin conocimiento y mesura.

Debido a la libertad con que a finales del otoño se mueven las ánimas y los espíritus surcan los aires, en la aldea hay un cierto temor. Las doncellas, vigiladas y protegidas por sus parientes durante los alegres fastos del verano, pueden quedar ahora embarazadas por quienes por naturaleza son invisibles. Las ánimas buscan cuerpos. De la misma manera que fueron expulsadas de ellos por la violencia de un trágico suceso o por la enfermedad y la muerte, están ahora decididas a encontrar donde morar de nuevo. Algunos hombres, en contra del pensar del cura párroco que considera todo esto una superstición sin fundamento, confinan a sus hijas dentro de sus casas en los oscuros días del final del otoño, temerosos del desvarío y poder de tales espíritus.

Sin embargo Laura, la mujer de Octavio, el cervecero, quedó embarazada de su segundo hijo en el equinocio de primavera. Muy lejos de estas inquietantes fechas. Si fue o no un espíritu nadie lo sabe. Su matrimonio es cristiano y su marido nunca se ausenta de casa varios días sino es para llevar a la aldea donde nació y viven sus padres, la cerveza de sus bodegas con la que suele obsequiar a familiares y amigos por 
Pascua de Resurrección. 



La lluvia ha hecho un paréntesis durante la primera semana de diciembre. Laura hace días que nota los dolores que preludian el parto y las comadres de la aldea han sido advertidas. Los familiares han pedido al viejo sacristán que deje abierta la iglesia pues han de renovar y encender cada día las velas del altar de Santa Ana, madre de la virgen María quien junto a San Ramón nonato y patrón de las que van a dar a luz, ampararán a la parturienta. De San Ramón no hay altar en la iglesia, pero una de las comadronas, la más joven, ha traído un imagen del santo que deposita en la mesa del vestíbulo de la casa. Tampoco en el improvisado altar debe faltar la luz de las velas.

Todo está dispuesto en la casa de Laura y Octavio. Los calderos, las jarras con agua tibia, los paños de algodón, las tijeras, los pañales para el “nasciturus” y el camisón con que vestirán a la madre tras el parto. Todo limpio. La casa perfumada con espliego, y el romero dispuesto par ser quemado junto al brasero donde centellean las brasas. La comadrona va y viene, ordenando y comentando a cada una de las presentes cual ha de ser su cometido.
Hace días que los hombres revisan sus cuerdas y aparejos, cuidando de que no haya nada anudado ni torcido. Miran que no haya atadura alguna a la vista, en la casa, en los establos o en el corral que pueda dificultar el nacimiento del niño o niña por venir. De la misma manera, las madres desatan las trenzas de sus hijas sabedoras de las dificultades y peligros que encierra un parto en el que el se enrede el cordón umbilical. Es por ello que también han soltado los lazos de sus vestidos y repasado cualquier pliegue que pudiera resultar sospechoso. Incluso los cordones deben ser sacados de los zapatos de todos los presentes y puestos a la vista sobre un tablero. Además, hay orden de abrir puertas y ventanas, alacenas, tinajas y hasta cajas, incluso aquellas en donde se guarda el ajuar. Nada debe permanecer cerrado para que el infante nazca sin problemas. Así recorrerá el ajustado conducto por el que, inalcanzable designio del Creador, todo ser humano viene a este vasto y ancho mundo. 


 
Sirva para los incrédulos lo que aconteciera a Alcmena, mujer de Anfitrión, hijo del rey de Tirinto, y nieto de Perseo, que estuvo pariendo a Hércules durante una semana debido a que Lucina diosa del alumbramiento quien, en un imperdonable descuido impropio de una deidad, cruzó sus piernas en tan inoportuno momento. Y más recientemente, cambiadas las costumbres paganas por las cristianas, pero no por ello menos doloroso fue lo que ocurrió a la madre del citado San Ramón cuando por una venganza familiar sus enemigos cruzaron manos y dedos con alevosía en el momento del parto de manera que murió durante el mismo y hubo que abrir su vientre para que viviera quien un día, además de liberar a muchos cautivos, habría de mediar ante Nuestro Señor para que, en memoria de su santa madre, auxiliara a toda mujer en el delicado trance del alumbramiento.

También saben los hombres y mujeres de la aldea, puesto que el día de sus bodas quedaron ligados por el anillo nupcial, que no han de acudir con él a visitar la parturienta, para así evitar que el alma del neonato, todavía inquieta e indecisa en un cuerpo nuevo y frágil, no se enganche o sufra percance alguno. 



El marido de Laura ha ido con otros varones, familiares y amigos, a un cuarto contiguo para que, yaciente como su esposa, sienta también él los trabajos del parto y ayude con su esfuerzo a su valerosa mujer en el alumbramiento. Y es por ello que recibe de quienes le rodean palabras de ánimo mientras dura y de júbilo cuando se oye el grito de la niña que anuncia el final del feliz acontecimiento. Saben los varones de la aldea, desde tiempos remotos, que el amor obliga y que todo esfuerzo y esmero ha de ser tenido por nimio en los difíciles momentos en que la mujer trae un hijo al mundo.


Por fin todos los presentes respiran aliviados y muestran su contento. Ha nacido una niña, podríamos decir sin apenas dificultades, pero, eso sí, gracias a la intervención de la Santa Ana, abuela solícita allí donde las haya, siempre en silencio pero vigilante, dejando hacer como indica la humildad y la prudencia. Todo el mundo ha contribuido en la tarea encomendada o que ha entendido necesaria. La matrona más vieja aventura el futuro de la niña y dice que además de hermosa será inteligente pues ha nacido con los ojos abiertos y en la mirada - añade la anciana- desde siempre la mujer ha tenido su fuerza. El parto ha sido un éxito que celebran la madre y la familia pero también toda la comunidad. La alegría se extiende a la velocidad de la palabra y para dejar patente que la niña ha venido al mundo en éste y no en otro lugar y que de algún modo forma parte de toda la aldea, repican las campanas de la iglesia.
Quieren hacer también partícipe al caminante del gozo reinante. Le invitan a entrar y ver a la madre con la recién nacida muellemente depositada en sus haldas. Laura no quiere dar muestras de cansancio, se muestra orgullosa y alegre e inclina a su hija sobre el regazo para que pueda ser contemplada. El caminante, abrumado por la situación, se limita a hacer una leve inclinación de cabeza sin hacer comentarios. La parturienta, le mira y sonríe durante unos segundos mientras coge y acaricia suavemente el puño cerrado de la pequeña. Un grupo de niños acompañados por sus padres irrumpen en la habitación. Todos quieren ver a la niña. Saben que no deben tocarla y puesto que han sido previamente amonestados por su padres, no lo harán. Por ello la madre relajada les sonríe, habla y les pregunta con dulzura si les parece bonita. Ellos mueven la cabeza sin atreverse a decir palabra al tiempo que miran inquietos a sus padres, tratando de adivinar qué deben hacer a continuación, hasta que a una señal salen de la habitación entre risas haciendo sus inocentes comentarios.

El misterio de la vida parece engrandecer por momentos aquella reducida estancia. El caminante oye los parabienes y siente la alegría expansiva, contagiosa, participativa de aquella gente. Acros a quien con un gesto severo había inmovilizado a la puerta de la casa, se queja inquieto de ver entrar y salir a tanta gente y porque la desaparición del amo dura ya demasiado tiempo. Al oír a su perro, el caminante comprende que ha de abandonar aquel lugar y tras saludar a algunas persona , procurando no molestar, casi en silencio, abandona el recinto.

Aunque luce el sol, los primeros días de invierno están dejando sentir su rigor. No hay nieve todavía pero el frío se va haciendo más y más intenso. Cada tarde, cuando se oculta el astro rey, el helor se apodera de la aldea hasta la mañana siguiente y el suelo se humedece. Como contrapartida el ambiente se llena de un acogedor olor a leña quemada.

El caminante cruza lentamente la calle buscando alejarse de aquel lugar, cuando una anciana que ha salido de una de las casas vecinas le invita a entrar para ofrecerle, dice, un tazón de caldo.
    -Pase y siéntese junto al fuego, le dice la mujer.
    El caminante vuelve a hacer una señal a Acros para que permanezca quieto de nuevo en el umbral. Dentro, un hombre de más o menos la misma edad que la mujer está sentado junto al fuego. Detrás de él unas cuantas sillas de nea rodean una mesa de madera cuyos bordes brillan por el desgaste del prologado uso. El anciano, tras levantarse y acercarle una silla, se sienta de nuevo junto a fuego para hablar con el caminante.Mientras, la mujer prepara en la cocina el caldo prometido.
    Cuando ve venir a su mujer con los humeantes tazones de loza blanca, el anciano sin dejar de hablar se levanta a coger el pan cortado que depositado sobre una pequeña cesta de mimbre, puede verse a través de la puerta acristalada de la alacena. Lo pone sobre la mesa y a continuación, con el mismo paso solemne de su lento de su caminar, ahora en silencio, se dirige a la cómoda que hay al fondo del comedor y tras abrir con mano temblorosa un cajón toma cubiertos y servilletas.

El caminante siente el brusco contraste entre la imagen de aquella niña que ha venido a este mundo llena de vida y cuyos movimientos por demasiado impulsivos han de ser modelados y la de estos ancianos que en su tardanza se esfuerzan por finalizar sus cometidos. Se le antoja que cuando sus solícitos anfitriones abandonen este mundo,quizás la hija de Laura y Octavio ocupe aquella casa. Es ley de vida que no por poco apercibida, deja de regir el destino. Pero los ancianos están contentos y él también. La felicidad, piensa, está en el sentido con el que hacemos las cosas de cada día. La edad va cambiando casi sin darnos cuenta, e igualmente el porqué de lo que hacemos y por ello nos sentimos vivos hasta el final de la existencia.
    - El caldo está hecho con los puerros que ha traído mi marido del bancal y la gallina es de nuestro corral, dice la mujer.
    - Cuando nace un niño - añade el anciano - sea varón o hembra hay que matar a una gallina y alimentarse con ella. Tomando este caldo contribuimos a que los bebés se críen sanos y fuertes.
    -¿Sí? Realmente se trata de una buena idea, responde amablemente el caminante. Y piensa en la sencillez de las explicaciones que aquellas gentes encuentran a lo que hacen, en contraste con la complicada existencia de quienes siguen en la vida otros dictados y se llenan de razones aparentemente más ciertas pero en realidad igualmente contingentes. De hecho aquella era la explicación más adecuada para el momento puesto que nada ha más reconfortante que un sabroso caldo caliente en los fríos días del incipiente invierno y más si el motivo es el de celebrar un nacimiento y desear salud y bienestar a quien llega a este contradictorio mundo.
Estuvo largo rato conversando con aquellos ancianos quienes, a pesar de ser casi un desconocido, le habían invitado a compartir su mesa y ser partícipe del ancestral ritual de tomar caldo de gallina cada vez que una criatura viene a formar parte de la comunidad.

Los ancianos le habían explicado lo hecho y por hacer en la aldea como si aquella hubiera de ser su lugar de residencia para siempre. Pero no era así. Si el sino de los ancianos es trasmitir con sus narraciones la experiencia de la vida como quien por instinto siembra en el campo comunal, el suyo era el de recorrer caminos. Aunque aquel cálido ambiente con su trato filial y amable no invitaba a dejar la casa, ni el incipiente afecto con el resto de los campesinos y campesinas fruto de una estrecha convivencia durante varios meses invitaban a abandonar la aldea, el caminante, fiel a su destino, sabía que más pronto que tarde habría de partir.

Cuando tras desearles salud y larga vida, salió de la casa, Acros haciendo patente su incontrolada alegría saltó una y otra vez intentando lamer el rostro de su amo. El caminante respondió con pareja solicitud acariciando su cabeza lo que calmó al can pues desparecer el contento con la misma rapidez que había surgido, se puso a husmear calle arriba, algo que interesa a todo can, tratando de reconocer el rastro de cuantos gatos o perros habían pasado recientemente por allí.

Todavía pasó el caminante algunas semanas más en la aldea hasta observar que Sagitario apenas era visible en las noches estrelladas y que durante el día las cigüeñas sobrevolaban ya las montañas más septentrionales y los gamos se dejaban ver en los altos prados cubiertos todavía por la nieve y en los que pronto pacerá el ganado. Su presencia muestra que el inexorable ciclo de las estaciones sigue su curso. No tardarán en llegar los ánades y tras ellos toda una pléyade de pájaros cantores provenientes de lejanos lugares con cuya algarabía se despiertan los habitantes del bosque. Así pues entendió que no podía alargar más la estancia en la aldea y empezó a preparar la partida.

Había sido testigo de una acontecimiento en cierta manera nuevo para él, pues nuevo es aquello que siendo habitual se reviste de profundo sentimiento. Ahora el caminar le reportaría tiempo y silencio para la comprensión de lo humano. La libertad ofrece oportunidades al conocer y manifiesta lo que parece estar velado.

Silbó a su perro quien tras detenerse y mirarle atentamente, tratando de comprender el motivo de su llamada, emprendió una veloz carrera para situarse a su lado. Ambos se dirigieron a la fuente de la plaza que les había acogido el día de su llegada y proporcionado sus dones: el sonoro canto y el agua cristalina. El día era frío y el sol asomaba tímidamente entre las nubes. En la torre de la iglesia , majestuoso baluarte de aquella plaza, sonaron las campanas. Algunas estorninos que descansaban sobre los aleros levantaron el vuelo. Eran las doce cuando un ángel del Señor saludó a María y ella concibió por obra y gracia del Espíritu Santo.

Se acordó de Laura, de las ánimas que pululan insolentes durante el otoño por la aldea, de las expectantes mujeres que la asisitieron en el parto, de la matrona que recibió a la niña y vaticinó su fuerza. Pensó en Octavio a quien una boca más, puesto que era hombre y aldeano, no debía asustarle. Observó la mies de los campos generosos, siempre dispuestos a dar el alimento necesario. Oyó los mugidos, el son de los cencerros y se le antojó canto de bienvenida para quien hubiera de nacer en aquella aldea. Olió el heno apilado junto a los establos. Vio cómo el humo acogedor se elevaba al cielo desde los hogares. Intentó comprender el misterio del ardiente deseo de concebir que vivifica periódicamente a la aldea. Todo está dispuesto, se dijo, para que de nuevo salude el ángel y haya vida.

Los aldeanos que cruzaron la plaza debieron comprender por el atuendo del caminante y los pocos enseres con los que cargaba que se disponía a abandonar la aldea. Se despidieron con afecto. Durante el tiempo que había estado con ellos no había permanecido ocioso y participando en las tareas que le habían ofrecido se había granjeado el reconocimiento de los aldeanos. Pensó en el misterio de la convivencia, en la sinergia de quienes crecen juntos, en la sencillez de quienes han permanecido y permanecen iguales en su vivir desde tiempos inmemoriable.

Al tomar el recodo de la última casa, Acros asustado ladró acaloradamente. Un fuerte olor a forraje y paja inundó la aldea. Las puertas de los establos se abrían de nuevo. Vacas y toros curiosos y a la vez temerosos de lo nuevo asomaban la testuz y miraban sorprendidos aquellos montes y prados en la lejanía sin atreverse a salir y tomar el camino que les llevaría hasta ellos. O, quien sabe, quizás perezosos se resistían a abandonar tan cómodos aposentos.

Bastón en mano, las aldeanas los hacen salir del establo. Una vez fuera, entre mugidos y atropellados sones de cencerros, superada la inicial indecisión, enfilan como cada año el camino que les llevará, siguiendo el enigmático periodo fijado para cada jornada, hasta los altos prados en los que pacerán placenteramente el próximo verano. No volverán a los cálidos establos hasta que Escorpio junto con Sagitario desaparezcan por el horizonte para ceder de nuevo su lugar a Orion, el cazador que cada año anuncia el fin de la veda. Los novillos, nuevos en este quehacer, se debaten entre el impulso de salir trotando camino arriba y el de seguir el acompasado andar de sus madres. Todos ellos comerán y dormirán todavía durante semanas en los prados circundantes.

Tras gozar de nuevo con el espectáculo de las changarras esta vez alejándose de la aldea, el caminante avanzó varios kilómetros. Todavía pudo oír el bramido del ciervo anunciando el fin de su letargo invernal.
Siguió por el valle en dirección a donde las montañas se estrechan y forman una profunda garganta.

Dos jóvenes mujeres procedentes de alguna aldea vecina conducían en sentido contrario del camino a un reducido grupo de vacas. Pensó que era tiempo de intercambio y venta de ganado y no tardaría en cruzarse con más campesinos llevando a sus animales domésticos hacia la aldea. Una corpulenta vaca del color del alazán y grandes ubres marcaba con su lento caminar el ritmo del resto del ganado y de las campesinas quienes hablaban animosamente y reían sus gracias. Vestidas con sayas de vivos colores, entre los que predominan el verde y rojo con con ribetes negros y luciendo llamativos pañuelos dejaban ver con acierto sus negos cabellos, El mercado, pensó, es siempre motivo de encuentro, lugar quizás para el amor, del que nacerían nuevas criaturas.

Cuando pasaron junto al caminante y su perro, le regalaron una amplia sonrisa. Al ver sus brillantes ojos negros recordó a la anciana comadrona cuando tomó en brazos a la recién nacida: la fuerza de la mujer, había dicho, está en su mirada.

© Rafael Rodrigo Navarro del libro “ Estampas rústicas”

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